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01 Mayo 2018
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Cerrar la Puerta de Lluis Llurba, Capítulos 3 y 4

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Cerrar la Puerta de Lluis Llurba, Capítulos 3 y 4 Imagen 1
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Sigue este relato sobre la situación que viven algunas mujeres.
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3

Noemí se encendió como un cohete porque no reaccionaba bien ante las críticas a su nuera. Se fue a dar una vuelta por la ciudad para no decirle a Dionisia cualquier barbaridad de la que después se arrepentiría.
En la calle pensaba en Héctor. Habían pasado diez años desde que lo dejó, y todavía sufría secuelas de los malos tratos. Había una avenida que aún le costaba pasearla. El recuerdo era el rugido de un león que le hacía temblar. En esa calle, Héctor la había perseguido, en la madrugada de un sábado, porque ella había escapado de casa para denunciarlo en la comisaría. Él estaba durmiendo en el sofá y se despertó por el ruido al cerrar la puerta.
La avenida estaba vacía y eso era algo que perjudicaba a Noemí por razones obvias. Era una cloaca enorme que la asfixiaba y los edificios, con las luces apagadas, parecían muertos que no podrían ayudarla. La avenida era un piso con la puerta cerrada en el que Noemí no saldría bien parada. No obstante, una persona tenía la llave y la abrió desde fuera.
Ernesto estaba con unos amigos en la discoteca. Dio la casualidad de que el joven conoció a una chica y se gustaron. Se fueron de allí para ir a un hotel y la avenida estaba de camino.
Noemí recordaba que corría y no veía a nadie para pedir auxilio. Escuchaba su propia respiración irregular, como si fuera un ciervo herido por el escopetazo de un cazador. El miedo fue un ladrón que le hurtó la voz. Entonces vio dos figuras, no las reconoció y no le dio tiempo de llegar a ellas, porque Héctor la empujó y la tiró al suelo.
Él había olfateado la zona y atacó cuando creyó que no había nadie, pero se equivocó. Ernesto lo vio todo. Estaba lejos y no reconoció a sus padres, aunque sospechaba que podrían ser ellos. Le dijo a la chica que algo extraño pasaba y que tenían que ir. Ella se negó. Ernesto no la escuchó y se fue corriendo hasta que supo con certeza que la mujer que lloraba era su madre. Noemí estaba tumbada y recibía patadas suaves, porque Héctor no quería llamar la atención con los gritos de su mujer.
Ernesto chilló a su padre para que parara. Él le contestó que se fuera de allí, porque no pintaba nada con todo eso.
—Eres un niñato y no sabes nada de la vida ni de las mujeres.
—Te aviso por última vez —dijo Ernesto.
—Ja, ja, ja. Sigo siendo más fuerte que tú. ¿Ya no recuerdas que hace un año acabaste llorando por defender a tu madre?
—He estado entrenando para salvar a mamá. —No dijo nada más.
Noemí vio a su hijo correr y golpear a Héctor. Le pegó con tanta rapidez que el padre no pudo esquivar ni un golpe; su cara quedó como tantas veces había terminado la de ella. Sangraba por la nariz y sus ojos expresaban asombro y miedo.
—Vete de aquí o te mato. No quiero verte nunca más.
Héctor se fue. Ernesto levantó a su madre, se fueron a la comisaría y, después, a casa. De camino, el hijo le explicó que llevaba un año yendo a clases de boxeo, era mentira que estuviera en la biblioteca. El abuelo era quien le pagaba las clases. La mochila y la ropa para entrenar estaban en su casa. Fue el nieto quien había propuesto el boxeo tras la paliza que sufrió a manos de Héctor y al abuelo le pareció una buena idea.
El maltratador fue al piso a la mañana siguiente. Esperó que su hijo se fuera a la universidad y entró con las llaves. Noemí estaba sentada en el sofá sin hacer nada. Sabía que él vendría. Héctor le pidió perdón y le prometió que cambiaría.
—Lo de siempre y luego nada —respondió Noemí.
Héctor lloró. Unos minutos después, cuando entendió que sus lágrimas no lograban su propósito, se enojó. Noemí lo echó del piso. Le tiró un espray a los ojos y le dijo que por la madrugada había ido con Ernesto a denunciarlo a una comisaría. Lo estaban buscando, estaba todo perdido para él.
Al día siguiente, Noemí y su hijo se fueron a vivir a casa de los abuelos. Toda la familia apoyó a Noemí y, durante varios meses, nunca la dejaron sola. Cuando Héctor se acercaba a ella en cualquier calle de la ciudad, tenía que retirarse para no acabar herido o detenido.
Se divorciaron. Pero Héctor siguió acosándola con llamadas telefónicas y persiguiéndola por el barrio. Así estuvo varios años. Nunca volvió a pegarle; aunque, tras varias denuncias por incumplir la orden de alejamiento, pasó unos meses en prisión.
Salió. Creyó que la ley estaba a su favor, porque solo había estado unos meses en la cárcel por muchos años de malos tratos. Intentó acosar de nuevo a Noemí. Fue hasta el piso de sus exsuegros. Ella estaba sola y abrió la puerta cuando él llamó; se asustó al ver a Héctor, pero estaba preparada. Ernesto le había dado clases de boxeo y le rompió la tráquea nasal de un puñetazo. El ex se fue corriendo y nunca más supo de él.


4

Y allí estaba Noemí después de tanta penuria, paseando por aquella maldita avenida. A pesar de que había sabido defenderse, todavía estaba amarrada al horror. Giró en una calle paralela y vio a su nuera sentada en un banco. Ellos vivían cerca de allí. Estaba llorando y miraba al suelo.
—Violeta, ¿qué te pasa?
—Nada —dijo sorprendida y alterada.
—¿Dónde está Ernesto?
—Con unos amigos.
—¿Y por eso lloras?
—No. Me he vuelto a pelear con mi hermana.
—Ya.
—Necesitaba tomar el aire —dijo Violeta sin recuperar la serenidad.
—Te llevo a tu casa. Aquí no estás segura.
Noemí acompañó a su nuera. Se había quedado helada al ver la mirada de horror de Violeta. Le había recordado un día en el que ella se miró en el espejo tras una paliza de Héctor. Pero no podía ser. Seguro que era otra secuela de su pasado. Dejó a Violeta en su casa y no quiso dar más vueltas a lo sucedido. Tampoco le comentó nada a Dionisia.

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