Luis Díaz de Bustamante debuta en la narrativa con El viudo, una novela afilada y profundamente humana que explora el duelo, la desconexión emocional y la fragilidad de la masculinidad moderna. A través de un protagonista atrapado entre la ambición profesional y el colapso personal, el autor construye un retrato mordaz —y a la vez vulnerable— del hombre contemporáneo. En esta entrevista, habla sin filtros sobre ironía, dolor, éxito, y el vértigo de publicar por primera vez.
¿Qué tal estás y cómo te encuentras con la promo?
Pues bueno, mira, estoy feliz. Me parece una genialidad haber llegado hasta aquí. La verdad es que no me esperaba en absoluto poder publicar mi primera novela. Creo que son sensaciones irrepetibles. Dicho esto, en mi vida real, ayer hice exactamente lo mismo que cualquier otro día: llevé a mis hijos al colegio, me fui a trabajar, hice la compra en Mercadona… Y pensaba: "Oye, es muy fuerte que el día que sale mi primer libro, que está en todas las librerías, yo esté haciendo la compra". Pero bien, lo llevo bien. Estoy muy contento y muy feliz, muy receptivo con esta aventura.
¿Qué sensaciones nuevas te has encontrado al escribir esta novela? ¿Te ha dado vértigo por el hecho de ser tu primera novela?
Pues mira, la verdad es que durante todo el proceso de escritura no tenía la sensación de que fuese a publicarla. Sí tenía la voluntad de terminar el libro y de hacerlo lo mejor posible, pero veía tan difícil que pudiera salir a la luz… Ten en cuenta que vengo del mundo de las finanzas, no me desenvuelvo en el ambiente de la creatividad literaria. Sin embargo, a medida que iba escribiendo, iba descubriendo muchas facetas mías. Fue un proceso muy profundo. He cultivado toda mi vida la parte más financiera, numérica, profesional, y esta parte creativa, de dejarme llevar para imaginar personajes e historias, era totalmente nueva. Y la he disfrutado muchísimo. Solo me quedo con la parte positiva.
El protagonista tiene un lenguaje un poco de PowerPoint y unas emociones algo Excel, por así decirlo. ¿Cuánto de ti hay en esa dicotomía?
Yo creo que bastante. Lo que quería con este libro era mostrar la desconexión que muchas veces se produce entre la vida profesional y la personal. El protagonista es un ejecutivo con todas las habilidades del ejecutivo: hoja de cálculo, PowerPoint, email, reuniones, catch ups, Teams... Me defiendo muy bien en ese entorno porque he sido financiero toda mi vida. Pero lo confronto con una situación de caos absoluto: su mujer acaba de morir de forma inesperada y atraviesa una desolación total. Hay mucho de mí en la manera en la que el personaje se expresa y se comporta, aunque lógicamente yo tengo más recursos. Además del Excel, mira, he escrito un libro. Así que toda la parte más emocional y reflexiva también es mía.
En la novela, la muerte es casi un dato logístico. ¿Cómo narras el dolor cuando el protagonista ni siquiera lo conoce?
Sí, la muerte está desde el principio. En la página dos o tres ya se intuye que la mujer del protagonista ha muerto. Ella, además, es también protagonista. Me documenté mucho y quise incidir en las fases del duelo, desde la negación hasta la aceptación. También pasan la ira, la culpa… esos sentimientos que afloran cuando alguien se va y sabes que no le vas a volver a ver. Pero no quería que fuera un drama lacrimógeno. No me interesaba mostrar a un personaje paralizado por la pena, que es probablemente lo que nos pasaría a la mayoría. Me parecía que el protagonista debía ser más "killer", por decirlo así. Al final, lo que quería era contar un viaje emocional de diez días, confrontando su mayor momento de exposición profesional con el mayor momento de desolación personal. Así que necesitaba esa negación, esa huida hacia adelante: “Ya me ocuparé mañana de la pena, ahora lo que tengo que hacer es que me hagan socio”. Pero claro, el dolor es mucho más profundo de lo que él puede gestionar.
¿Crees que el duelo reprimido es una pandemia silenciosa entre los hombres exitosos?
Desde luego. Yo quería construir una voz masculina reflexiva y emocional, que no es la forma habitual en que los hombres solemos expresarnos, ni entre nosotros ni con nuestras parejas, hijos o padres. Tengo 42 años y creo que a los hombres de mi generación no se nos ha reprimido activamente, como diciendo “los chicos no lloran”, pero sí hemos aprendido que gestionar bien las emociones es pasar por encima de ellas. Y eso es un error. Las emociones no entienden de sexo. Hombres y mujeres pueden estar igual de tristes, alegres, inquietos o rabiosos. Lo que cambia es cómo lo mostramos, no lo que sentimos.
¿Te propusiste con este libro cuestionar la masculinidad o fue algo que surgió de manera natural?
No fue algo intencionado. No me senté a escribir con la idea de cuestionar la masculinidad. Lo que sí quería hacer, desde el inicio, era un Bridget Jones masculino: un diario con los desafíos e inquietudes de un hombre. Como soy hombre, conozco los códigos, las dinámicas con mujeres, hijos, trabajos… Pero mientras escribía, me di cuenta de que estaba proponiendo una nueva mirada sobre la masculinidad. El protagonista tiene todos los clichés del hombre tradicional: egoísta, centrado en el trabajo, infiel, torpe en casa... pero se abre emocionalmente, reflexiona. La novela tiene forma de monólogo, casi epistolar. A veces no sabes si le está hablando a un terapeuta o incluso a su mujer fallecida. Eso me parecía nuevo. No hay muchas referencias de monólogos interiores protagonizados por hombres. Pero todo está cambiando: la masculinidad, las relaciones, la idea de éxito...
¿Qué importancia tiene para ti la ironía? Me ha parecido una herramienta muy usada en el libro, incluso como forma de protección del personaje.
Sí, totalmente. Yo uso mucho la ironía en mi vida, no solo para expresarme, también como protección. En momentos personales más difíciles, siempre me agarro al detalle irónico o al humor. No es risa fácil, pero sí una manera de sostenerse. En el libro, como el personaje está en primera persona, tenía que construir su voz. Y me parecía natural que tuviera esa visión mordaz, que respondiera a su amargura y le ayudara a no caer del todo. Se cree más guapo, más listo, más potente que los demás… hasta que se da cuenta de que no lo es. El humor es terapéutico. Y en su caso, también una defensa para no hundirse del todo.
¿Cuántos hombres conoces así? ¿Te has reconocido tú en alguna parte del personaje?
Sí, claro. La historia es ficticia, gracias a Dios no me han pasado esas cosas. Pero he cogido mis virtudes y mis defectos, los he llevado al extremo, y los he puesto en una situación límite. Yo no soy socio de una Big Four ni me he quedado viudo, pero me metí en el papel. Es como si me hubiera transformado en el viudo. Y desde ahí construía las escenas, pensaba cómo pensaría él. Aunque también con la tranquilidad de que no era real. Espero no tener que transitar por eso nunca, la verdad.
¿Volverás a mirar el mundo empresarial en tu próxima obra o ya has dicho todo lo que necesitabas sobre ese universo?
Creo que todavía tengo muchas cosas que contar sobre el mundo empresarial. Sigo trabajando como financiero, me muevo en ese entorno, y es una fuente inagotable de anécdotas. No quería que este libro fuera revanchista o simplemente crítico. Es una realidad, que además está cambiando. Pero sí, creo que en mi próxima novela también aparecerá ese mundo. Este libro lo ubiqué justo antes de la pandemia porque quería que sucediera parte en París, y si lo hubiese ambientado después, muchas cosas se habrían resuelto por Zoom. Así que sí, seguiré retratando ese universo. Me gusta y lo conozco bien.
Para terminar, ¿qué quieres que el lector reciba de este libro? ¿Con qué te gustaría que se quedase?
Quiero que se lleven la idea de que no tenemos una sola vida. No solo existe la vida profesional. Tenemos muchos registros. El Viudo, es una gran historia de amor entre el protagonista y su mujer fallecida, pero también una historia de pérdida: perdió ese amor porque su amor principal era el trabajo. Creo que es una novela ligera, entretenida, que se lee con gusto, pero también una buena compañera emocional. Me gustaría que los lectores la sientan así: como un acompañamiento.