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REVISTA CULTURAL BLANCO SOBRE NEGRO


 

Cuentos de Navidad (Crónicas de Hispania) por Carmen Torronteras.

ninossevillanos

En la Nochebuena me iba a la cama con el sabor de los dulces navideños. Mi madre nos cubría amorosamente con mantas y nos daba besos con olores a pestiños y a roscos de limón y canela. Amanecíamos en la Navidad y nuestra mejor visión era la de mi padre rayando una tableta de chocolate en la mesa del comedor con el esmero que ponía en cada cosa de la vida. Esa mañana nos preparaba su inolvidable desayuno de rebanadas de pan de bollo frito espolvoreado de azúcar y su delicioso chocolate espeso y caliente y después montábamos el Nacimiento y poníamos al Niño Jesús en el mejor lugar de nuestros corazones.

En aquella escasa decena de años había visto llegar al hombre a la Luna en una televisión de marca Anglo en blanco y negro. Era un invento hipnotizador ante el que los mayores quedaban embobados el 22 de Diciembre, esperanzados en que una de las bolas del bombo de la Lotería Nacional les tocara el bolsillo para llenarlo de millones. Delante de esa pantalla me nació la afición del baloncesto con los torneos navideños de una programación que aconsejaba llevar a los niños a la cama en un horario prudencial. Nos reuníamos como en un tierno gallinero alrededor de aquella mágica caja de imágenes para ver películas navideñas hasta que la emisión finalizaba con el himno nacional, la carta de ajuste y si sobrevenía un problema técnico, el aviso del repetidor de un pueblo sevillano que daba nombre a una isla del Pacífico, denominada Guadalcanal. Contemplábamos películas navideñas que inspiraban lo mejor del ser humano. Nada inducía a la agresión o la violencia. Las personas se deseaban felicidad aún sin conocerse y un espíritu benevolente nos envolvía manteniendo lo mejor de nuestra humanidad.

La Navidad comenzaba el 22 de Diciembre con las vacaciones del colegio para terminar el 6 de Enero con la llegada de los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar. Esos inolvidables días formaban parte del tiempo de infancia y alimentaban el reino de nuestras ilusiones. En aquellos tiempos de villancicos la ciudad se iluminaba y mis ojos de niña se iluminaban de luz. Las familias se reunían en Nochebuena, Navidad, fin de año y el 6 de Enero cuando los Reyes Magos colmaban nuestros deseos sencillos e infantiles. En aquellas fiestas los hijos, los padres, los tíos, los abuelos…… pasábamos aún más tiempo juntos. Las casas se llenaban de bullicio, de risas, de villancicos con zambomba, de mantecados de Estepa, de turrones, licores, anisados y ponches. Los hogares se llenaban de nosotros y en las calles, durante aquellas noches, no había más que desértica soledad. Juntos éramos un mundo. Los mayores se regalaban cestas con comida y bebida navideña y a los niños nos daban aguinaldos para comprar chucherías o montar en atracciones voladoras y coches locos.

Visitábamos Nacimientos con nuestros padres en tardes de globos, castañas asadas y dulce de algodón. Así revivíamos el nacimiento del Hijo de Dios, del Niño que trajo LUZ a un mundo dominado por las sombras, que trajo Paz, Amor y Perdón a los que siempre hemos estado inclinados a la violencia, a la soberbia y a la ignorancia.

Las tiendas mostraban los juguetes ante los asombrados e inocentes ojos de los que éramos un poco más que recién llegados a la vida. Era el tiempo de la ilusión y la felicidad con la que alimentábamos el niño interior que un día habría de crecer para ocultarse en alguna de las moradas del alma por miedo a ser aplastado. Aquel era el tiempo de convertir en realidad los sueños infantiles. Sólo con portarnos bien y escribir una carta. La primera de las más importantes, dirigida a unos Reyes Magos astrólogos, capaces de hallar el Destino en un pesebre de la humilde Belén.

Mis padres nunca nos hicieron perder la ilusión, nunca rompieron nuestros sueños ni la magia de cada 5 de Enero cuando debíamos ir pronto a la cama porque después de recorrer la ciudad con una comitiva de poco más 30 carrozas, provocando una lluvia de caramelos, los 3 Reyes, visitarían mi casa y nosotros, a cambio, dejaríamos comida y bebida a los camellos.

Ese año nos visitaron, a pesar, de que un accidente de trabajo dejara a mi padre sin visión. Mis padres no quisieron quitarnos la ilusión de aquella noche. Siempre estuvieron dispuestos a dar hospitalidad a los Magos que repartían ilusiones. Ese año trajeron la curación de los ojos de mi padre como el mejor de los regalos que llegó de Belén y con el paso de muchas Navidades comprendí que podía escribirle cartas pidiendo cosas que no se compran con dinero. Comprendí que la Navidad era lo que simboliza el Niño del pesebre y que el auténtico Espíritu de la misma es lo que ha ido desapareciendo de los corazones de los hombres a causa de las campañas publicitarias, de la aparición de un gordo vestido de colorado, de los intereses mezquinos de unos cuantos, de la intolerancia de muchos y de la dejadez de otros.

¡Gloria a Dios en los Cielos y Paz en la tierra a los hombres que ama el SEÑOR!.

Carmen Torronteras de la Cuadra.