El poeta y escritor argentino Bernabé De Vinsenci (Saladillo, Provincia de Buenos Aires; 1993), autor de obras como: “La era de la eyaculación desmedida” (2019) y “La trama de los padecientes” entre otras más, nos cuenta acerca de su último poemario “El dolor como espectáculo”, y conversamos también respecto a su relación y apreciación con el universo poético en el que muchas veces convive.
Los poemas que forman parte de “El dolor como espectáculo” dejan sin cupo disponible a las primeras filas de cualquier público: quedan agotadas progresivamente con el avance de sus páginas.
Deben leerse precipitadamente cerca y lejos de cualquier anfiteatro humano, buscar un lugar donde el radio visual permita acaparar cualquier detalle desatado. Hay en esta obra un espíritu descuartizado y a la vez reconstruido por el instinto de supervivencia que cualquier especie en peligro posee a cuestas.
Los versos tientan de carne desesperada, sus palabras son mataderos que no ofrecen pan y circo sino que promueven un coliseo sedentario de hambre.
El hipogeo yace lo más próximo al espectáculo de su lectura. Lo hace cercano al tacto e indica con el índice que no existe, el lugar donde el sufrimiento, la batalla y la lucha se traduce a una imagen ajena, multiforme y lejana de quien la observa: cuelgan sogas repletas de grasa que busca identificarse a cierta distancia, para evitar el contagio o su remedio.
-Desde cuándo comenzaste a escribir poemas?
-Empecé a escribir cuando dejé de leer. Leía mucho. De tres a cuatro libros por semana. Fotocopiaba, sacaba de la biblioteca de Saladillo, compraba. Leer era como un suero. Tenía una visión romántica de la lectura: comer arroz, pero leer. Me costó mucho entender que no hay que ser romántico para leer. En ese momento mi cabeza entendía eso. De un momento a otro se me terminaron las ganas, te diría que la lectura era una idea maniquea. Entonces empecé a escribir poesía. Fue tardío. Con la pose de “marginal”. Que es un modo de que la gente se espante o de alentar el morbo. Quería hacer de la desgracia un tótem. Entonces, ¿cuándo empecé a escribirla? No escribiéndola. Para que las palabras no se vayan definitivamente y por suerte volvieron. La poesía fue mi sostén en ese estado de abulia total.
-¿Cómo definirías a tu poesía? ¿Qué crees que la diferencia de otrxs autorxs? ¿Qué rasgos o cualidades identificas como cambios o mutaciones en tus versos con el correr de los años?
-Mi poesía es solemne. Creo que escribo desde la solemnidad. Le busco vueltas a las cosas sencillas. Complico más lo que el mundo nos complica. A mí me gusta mucho Jotaele Andrade. Hay cosas que me dejaron maravillado de él. Me parece que el modo en qué dice con lo que dice (supongo que algo de la visión y la vida del poeta) se conectan de un modo que me pega en el talón. Me gustaría que mi poesía deje de ser pretenciosa. Pero vi algo en Andrade que me parece único: algo un poco más allá de lo coloquial. Quizás yo quiero algo que no puedo aunque, por ahora, me nace eso. Me gustaría nombrar lugares, darle más registro al habla, al menos captar los momentos poéticos del habla. Hago algo que me nace pero que no sé si tiene madurez y tampoco sé si alguna vez va a madurar.
- Te identificás con tus primeros poemas? ¿Sos muy detallista al momento de escribir? ¿Cómo es tu proceso creativo?
-Escribí muchos poemas. No sé si todos son poemas. La verdad que no. Mis primeros poemas son como la vejez de Enrique Symns: solo y arrepentido. Me gustan los poemas que nacen de charlas, emociones o ideas. Un poema dice algo del que lo escribe. Un decir fantasmal, ¿no? Un poco eso que circula hoy del malentendido: lo que decimos no tiene mucho que ver con lo que el otro escucha. Si es que nos escuchamos. Escribir es a veces ir contra eso: captar algo que se nos va cuando intentamos expresarnos.
-Si es que debe reunir ciertas características ¿Qué consideras que debe tener un buen escritor/escritora?
-No sé, leer a Hebe Uhart. Escucharla. Ella es una maestra en eso. Uno escribe porque lee. Después viene el resto: escribir, el narcisismo de escribir, aprender a corregir, la frustración, los talleres, los concursos. Corregir es fundamental. Escribir es corregir. Recién lo estoy aprendiendo. Para escribir hace falta no darle tanta bola a la idea del “escritor”. Escritor para mí es alguien con oficio, cierta reputación y que vive de sus libros y de lo que dice de sus libros o de sus lecturas. Es cierto que uno quiere ser leído. Pero escritor es el que ocupa un lugar en la sociedad donde gana guita y premios. Lo importante es escribir y ver qué pasa con eso cuando otro lo lee en crudo y cuando lee la versión final. Escritor da la idea de “trabajo en soledad” y me parece que los textos siempre se escriben atravesados por las sugerencias de otros. Es algo obvio, ¿no? Siempre es fundamental la mirada de los otros.
¿Qué poetas contemporáneos te nutrieron e influenciaron? ¿qué crítica le haces a la poesía actual?
-No voy a hacer una lista. Salvo que me gusta mucho Jorge Leónidas Escudero. Bueno, murió. Me parece un gran poeta. El modo en que trabaja la palabra. Después no sé, cada uno escribe desde su trinchera, cómo puede y con los recursos que tiene. La crítica que le hago es abstracta: no me gusta la poesía de pancarta. La que es muy evidente. La poesía que habla mal de los ricos y bien de los pobres. “El niño proletario” de Lamborghini sirve para pensar el pancartismo. Entre un pobre y un rico, ¿qué es lo que está mal? ¿Tener o no tener? ¿O ser parte de la humanidad mezquina, egoísta, cínica? Si un poema te va a decir que dos más dos es cuatro, volvamos a los manuales de la secundaria. Que están buenos también. Todos caemos en eso pero está bueno sentirse inseguro y o hacer ideología de que “el amor vence al odio”, o frases por el estilo y creernos que descubrimos un continente nuevo.
-¿Qué pensás respecto de la poesía posmoderna? ¿Todos los poetas consagrados crees que son buenos? ¿Existe una suerte de meritocracia en el mundo artístico?
-Hay de todo. No sé. Buenos y malos. Con respecto a la meritocracia, en la escritura sí. Digo en el proceso. Con respecto al mundo artístico también, pero si creés que “tenés que pagar derecho de piso” es como entrar a una fábrica y ser alcahuete del encargado para ascender de puesto. Para mí y para muchos, va por otro lado. Porque podés pagar derecho de piso toda tu vida y llegar a la mesa cuando sos viejo y hay sobras. Así que mejor no pensar en eso. Lo importante es conocer gente que le guste leer y escribir, hacerse amigos, compartir una comida, lecturas.
-¿Hay buena y mala poesía? ¿Por qué?
-Hay editoriales que trabajan con un tipo de poesía. Hay poesía new age, hay poesía de pancarta, hay poesía de autoayuda. Hay poesía que dice muchas cosas y le falta silencio, y hay poesía que no dice nada y tiene mucho silencio. No todos los versos tienen que ser perfectos. Como lector, no todo tiene que entenderse. Cada década genera sus poetas, el gusto está en cada uno. Después hay algo que se nos escapa que es la perdurabilidad en el tiempo.
-¿Cuánto tiempo te llevó trabajar en esta última obra? ¿Cómo fue el proceso de edición?
-Medio año, aproximadamente. Fueron poemas que escribía de noche. Cosas que iba recordando pero que no eran recuerdos, sino emociones de esos recuerdos. Como todo recuerdo, nada preciso con lo real. La noche y la soledad ayudan a que uno entre en cierto éxtasis de nostalgia, ideas, emociones. Con respecto a la edición la hicimos con una amiga. Cincuenta ejemplares. De circulación íntima. Para amigos y conocidos. Compramos papel ecológico. La maquetación la hizo un amigo. La experiencia de armar tu propio libro es necesaria, me dijo un amigo. Y es cierto. Estábamos noches enteras. Imprimiendo y cosiendo. Probando cómo quedaban los detalles.
-¿Cómo le contarias a los lectores de qué trata "El dolor como espectáculo"?
-No sé bien. Quizás haya algo de la decepción de llegar a los treinta. No digo decepción como sinónimo de frustración. Si no la madurez que te da estar a diez años de los veinte. Ver algunos recuerdos intensos con la óptica de cierta mesura. La distorsión que se hace de algunas ideas, emociones y situaciones nítidas. Como hacerse a un lado y volverse espectador. Es un libro más puro a la pose que te hablaba. No hay idea de sorprender a través de la desgracia. Quizá el título connote eso. Pero el título hace referencia a que los poemas fueron publicados en redes. Se me vino la idea de “espectáculo” como algo farandulesco. Quizás lo que defina el libro sea mirar algunas cosas del pasado con nostalgia y a través de la nostalgia darle vida como un álbum de fotos.
-¿Consideras que las ediciones de las obras poéticas deben mantener un hilo conductor y/o temática a lo largo del libro como una novela?
-No, puede llegar a haber un tono. O temas con distintos tonos. Se puede pensar el hilo como una búsqueda indeliberada, como una serie de versos que sintonizan con cierto estado de ánimo o modo de ver las cosas. Yo no me propongo un hilo conductor. Sale o no. Puede haber poemas de amor como de amistad, poemas de la infancia como de viajes. Admiro los que se plantean algo más conceptual. Yo no puedo planificar de antemano. No me sale. Es tanta la presión que me bloquea. A mí particularmente me gustan los libros diversos. Pero hay gente que genera un hilo y no son monotemáticos. No es mi caso.
Contame acerca de tus futuros proyectos.
Estoy trabajando en un libro de cuentos y un libro de poemas para publicar en Halley Ediciones. Quedamos en contactarnos a finales de marzo. Participando en concursos. Con respecto a la escritura estoy en un proceso de aprendizaje, corregir. No pienso mucho en editar. Ojalá se dé. El filtro con la crisis está duro.
Por Pablo Andrés Rial
Compartimos un poema de “El dolor como espectáculo”
Hay gente como yo
como usted que
de mendigar cariño indiscriminadamente
de ofertarse a precio módico
vive en un terremoto cardiovascular
y tiene afición
a morir en un océano de lágrimas
a mitad de la madrugada.