Jorge Díaz, reconocido escritor y uno de los cerebros detrás del fenómeno literario Carmen Mola, se sienta a conversar sobre su nueva novela El espía, un thriller histórico cargado de giros, traiciones y personajes con múltiples capas. En esta entrevista íntima y reflexiva, Díaz revela cómo sus intereses personales se filtran inevitablemente en sus historias, cómo ha sido el proceso de alejarse momentáneamente de Carmen Mola y volver a su voz más personal, y qué papel juega la verdad —o la ficción— en la construcción de sus personajes. Desde Mojácar hasta Buenos Aires, pasando por los archivos del espionaje, el autor traza un mapa literario y emocional donde lo que no se cuenta también importa.
¿Qué tal estás y cómo te encuentras con esta promoción de tu nuevo libro?
Bien, yo me lo paso bien en las promociones. Lo que pasa es que la promoción con Carmen Mola es más entretenida, más divertida. Porque, claro, cuando acabas las entrevistas y todo eso, pues te vas a cenar y a tomar algo. Y cuando estás solo, dices: "Bueno, me vuelvo a casa". Entonces es más divertido con Carmen Mola. Pero no, está bien. Y además hablas de una novela que te interesa, que te apasiona. Así que también te lo pasas muy bien.
¿Dirías que ahora mismo este es tu mejor libro?
Ahora mismo lo es, pero porque es mi obligación decirlo, porque es con el que estoy. A mí me gustan mucho las novelas de Carmen Mola, me considero afortunado de formar parte de Carmen Mola y de muchas de las novelas que hemos escrito. Me parece que hay dos o tres que son realmente buenas. Y las otras están bien. En cuanto a novelas mías, individuales, tengo una predilección especial por mi primera novela, “Los números del elefante”, que ha leído muy poca gente, y que probablemente es mucho peor que El espía, pero a la que le tengo cariño porque fue la primera. Y El espía creo que está bien. Yo soy el mejor lector de El espía.
¿Sientes que con esta novela eres tú mismo, y no lo que los demás esperan que seas?
Yo creo que en todas las novelas, aunque tú tengas una intención distinta, acabas siendo tú mismo. Una novela lleva mucho tiempo. Estás con ella durante meses o años, y acaba convirtiéndose en algo que exige verdad. La impostura llega a un punto en que ya no cabe. Aunque no hables directamente de ti, quien habla eres tú.
¿Y qué hay del protagonista, que existió en la vida real? ¿Hay datos que te sorprendieron y supiste que tenías que incluirlos?
El personaje existió, sí, pero es un personaje de ficción. Se sabe muy poco de él, porque era un espía. Me inventé muchas cosas, aunque también hay verdades en la novela. Ese personaje seductor, simpático, agradable, con don de lenguas, me fascinó desde el primer momento. Me gustó sobre todo que desapareciera sin dejar rastro. Así que me inventé un final falso, como un thriller. Me divertí mucho escribiendo sobre él, aunque fuera “el malo”.
¿Le diste un juicio que el mundo no le dio?
Creo que él nunca habría querido un juicio. Su profesión consistía en que nadie supiera quién era realmente. Yo lo he expuesto al escaparate, algo que probablemente él no querría. Pero no lo juzgué. Muchas de las cosas que cuento sobre él son ficción. De hecho, hay un elemento clave que no puedo contar sin destripar la novela, pero que nunca hizo. Sería injusto juzgarlo por eso. A lo mejor era peor de lo que escribí, pero no era exactamente así.
Él es judío y colabora con los nazis. ¿Cómo trataste de evitar estereotipos?
Él es un judío que, como tantos otros, colabora con los nazis para salvar su vida. Pero para mí lo fundamental no es que fuera judío, sino que se consideraba alemán. En la novela dice: “Si me tienes que buscar, no me busques en una sinagoga”. Él cree que el nazismo fue un error de algunos compatriotas, no de su patria. Ama a Alemania por encima de todo. La historia más conocida es que fuera un judío de Salónica que colabora con los nazis, pero yo escribí sobre un alemán que, por casualidad, era judío de Salónica.
¿Cuánto peso dirías que tiene el pasado en la vida del barón... y en la nuestra?
Todo. Siempre somos lo que fuimos. El pasado vuelve. Me encantan las historias de personas que creen que superaron algo, pero ese algo vuelve. Me acuerdo del caso de una víctima en la tragedia de la Adana, en Valencia, donde identificaron a todos menos a uno. Años después, encuentran un cadáver y avisan a su familia, y estos dicen: “No puede ser, lleva muerto desde los años 90”. Resultó que el hombre se había ido de casa y vivía como un mendigo bajo un puente. El pasado volvió incluso entonces. Fue triste, pero revelador.
¿Te planteas escribir esa historia algún día?
No, porque mi primera novela ya es parecida. Es un hombre que se va a Brasil y reaparece 50 años después. Pero es algo que siempre me ronda. Siempre me pregunto: “¿Y si desapareciera, a dónde me iría?”. A Mojácar. Por eso he hecho que el barón se fuera allí. Me encanta ese sitio.
¿Tenías en mente esta historia desde el instituto?
No. Eso queda bien en las notas de prensa. En el instituto leí La verdad sobre el caso Savolta, y me enamoré de ese mundo de Barcelona. Años después descubrí al barón Montrolán y al comisario Bravo Portillo, y me puse con la novela. Empecé de verdad hace un año y medio, aunque la idea rondaba desde antes.
¿Y la documentación?
A mí me encanta documentarme. Incluso cuando no sabes si vas a escribir sobre algo, ya estás aprendiendo cosas que usarás. Estuve en Buenos Aires presentando un libro y me fui al barrio de Once, porque intuía que algún día escribiría sobre él. La documentación es constante, aunque consciente, unos dos meses. A veces es tan simple como pasear por Mojácar, ver sus calles y pensar: “Aquí tengo que ambientar algo”.
¿Qué papel tienen los personajes secundarios?
Son fundamentales. Los protagonistas son el barón y el cabo Bermejo. Pero los secundarios hacen de “frontón”, ayudan a que los protagonistas revelen cosas. Isabel, Eusebio, el médico, el alcalde, los jóvenes del pueblo... todos aportan algo. Eusebio, por ejemplo, no iba a ser tan importante, pero mientras escribía me enamoré del personaje.
¿Cómo ha influido en ti el descanso del trío Carmen Mola?
Me ha hecho mejor escritor. He aprendido mucho de Antonio y Agustín. Pero también necesitábamos volver a ser personas individuales, no solo “el trío”. Ahora trabajamos en una nueva novela de Carmen Mola, pero yo he disfrutado mucho escribiendo solo.
¿Te consideras más observador o espía como autor?
Creo que más espía. Siempre estoy pendiente de lo que ocurre, de lo que no se dice.
¿Ha supuesto esta novela un cambio respecto a Carmen Mola?
Ha sido volver a lo que hacía antes, a las novelas históricas con trasfondo. Pero he aplicado todo lo que aprendí con Carmen Mola: los capítulos cortos, los giros, incluso una muerte violenta en el primer capítulo. Sería tonto no aprovechar eso.
¿Crees que hay muchos espías hoy?
Seguramente millones. Aunque ya no son tan literarios como antes. Ahora todo es informática, satélites y hackeos. Ha perdido el romanticismo de la Guerra Fría.
¿Qué quieres que sientan los lectores?
Quiero que se diviertan, que no puedan parar de leer. Si además aprenden algo, o quieren visitar Mojácar, mejor. Pero lo principal es que disfruten.
¿Te irías de vacaciones a Mojácar?
Por supuesto. Estuve presentando el libro allí y me trataron con muchísimo cariño. Me iría siempre. Incluso a vivir.
¿Y tus planes ahora?
Seguir con la promoción, ir a la Feria del Libro de Madrid, y luego encerrarme a escribir la próxima novela de Carmen Mola, que entregamos en enero. Entre promoción y escritura, no hay mucho más. Pero me gusta. Yo me divierto.