A las 22:30 h, la Plaza de España encendió su magia bajo los acordes de Leiva, en la segunda parada de su Tour Gigante, parte del Icónica Santalucía Sevilla Fest. Con más de 16 000 asistentes, el público estaba ávido de rock poético y himnos generacionales como “La Llamada”, “Terriblemente Cruel” o “Lady Madrid”
Una entrada que cortó la respiración
Desde los primeros compases, el madrileño dejó claro que no venía a cumplir un trámite. Con la solvencia de quien se ha convertido en uno de los grandes cronistas emocionales del rock en español, abrió el concierto con fuerza, encadenando temas de su último disco Gigante con clásicos que el público no dudó en corear desde el primer verso.
No fue sólo un recital de canciones: fue una declaración de principios. Cada estrofa lanzada al cielo sevillano resonó con un eco emocional que hizo vibrar la histórica plaza. La entrega fue inmediata, total, visceral.
Un setlist que tejió dos décadas de carrera
La selección de temas estuvo pensada con precisión quirúrgica. El equilibrio entre lo nuevo y lo imprescindible funcionó como una narrativa emocional: desde la rabia contenida de “Bajo presión” hasta la épica romántica de “Terriblemente cruel”, pasando por joyas como “Breaking Bad” o “Como si fueras a morir mañana”, Leiva demostró por qué su cancionero conecta tan hondo.
El clímax llegó, como era de esperar, con “La llamada” y “Lady Madrid”, convertidas en himnos generacionales que, anoche, adquirieron tintes litúrgicos. Miles de voces cantando al unísono, brazos alzados, lágrimas discretas y sonrisas abiertas. El rock como acto de comunión.
Un sonido impecable, una puesta en escena íntima
A nivel técnico, el concierto fue impecable. El sonido, nítido y envolvente, permitió que cada matiz vocal, cada punteo de guitarra, cada golpe de caja retumbara con fuerza sin perder claridad. La escenografía, sobria pero efectiva, jugó con luces envolventes, sombras bien colocadas y fondos visuales que no distrajeron, sino que amplificaron el alma de cada tema.
Leiva no necesita artificios. Su presencia escénica, su dominio del ritmo emocional del concierto, su capacidad para hablar con el público entre canción y canción —a veces con humor, otras con ternura— bastaron para llenar el espacio.
Sevilla como cómplice
Leiva no escondió su emoción. “Esta ciudad tiene algo que lo cambia todo”, dijo casi al final, antes de regalar una versión íntima de “Vis a vis” que se sintió como una carta personal dirigida a cada asistente. Sevilla respondió como sabe: con pasión, con respeto, con esa entrega que convierte un concierto en experiencia vital.
La Plaza de España, con su geometría perfecta y su carga simbólica, se convirtió en escenario y testigo de una velada irrepetible. Lo que sucedió allí fue más que música: fue un reencuentro con lo esencial.
Un cierre apoteósico
Tras casi dos horas de intensidad medida, de emociones sin freno, Leiva se despidió con una reverencia sincera. Volvió para un bis de dos temas, cerrando con una versión extendida y rugiente de “Sincericidio” que dejó a todos con el corazón latiendo fuera del pecho.
El público tardó en marcharse. Algunos permanecieron minutos mirando el escenario vacío, como resistiéndose al final. Otros cantaban los últimos versos mientras se alejaban bajo la luz tenue de los faroles. Sevilla no quería despertar del sueño gigante que Leiva tejió con su voz, sus letras y su verdad.