Sevilla ardía de calor, y no solo por las temperaturas del sol de junio. A las diez de la noche, tras un merecido retraso por la ola sofocante, el estadio de La Cartuja estalló cuando Lola Índigo apareció sobre el escenario, envuelta en humo, luces y una mística magnética que anunciaba lo que sería mucho más que un concierto: una comunión colectiva entre artista y público. Desde los primeros compases, el estadio vibraba como un solo cuerpo, entregado, expectante.
La Bruja
El primer acto del ritual arrancó con la fuerza de lo místico. Tras la intro de Akelarre y GRX, “Ya No Quiero Ná” prendió la mecha entre luces moradas, siluetas danzantes y fuego. Sin respiro, llegaron los hechizos oscuros de “Mujer Bruja”, “Maldición” y “Santería”, como conjuros coreografiados con precisión. Era la bruja que conocimos, pero más poderosa, más afilada.
En este bloque también se abrió paso la raíz flamenca con un momento de puro sentimiento y tradición. Lola se puso un mantón y, acompañada por palmas que marcaban el compás, comenzó a taconear con fuerza mientras el público coreaba emocionado un sonoro “¡Ole, ole, ole!”. La noche se enriqueció con la aparición de Marina de Las Chuches, quien se sumó para interpretar “El Pantalón”, una colaboración que puso la piel de gallina y reafirmó el homenaje a Andalucía con flamenco auténtico.
Además, con una emoción palpable, Lola rindió homenaje al gran Alejandro Sanz con una versión intensa y sentida de “Corazón Partío”, seguida de “Verde que te quiero verde” y un emotivo cierre andaluz con el Himno de Andalucía, que envolvió a todo el recinto en un abrazo de identidad y orgullo.
El estadio se sumió en una calma mágica con “Luna” y “Mala Suerte”, preludio de la segunda sorpresa de la noche: RVFV apareció en escena, y el clamor fue inmediato. “Trendy”, “Casanova” y “El Condenao” convirtieron La Cartuja en un festival urbano. Antes de marcharse, Lola lo abrazó con emoción: “Empezamos juntos. Es como un hermano para mí”. Ese instante quedó sellado como uno de los más auténticos de la velada.
La Niña
La transición fue natural: los visuales se llenaron de rosa, neón y purpurina, y la vibra se volvió juguetona. Sonaron “4 Besos”, “La Niña de la Escuela”, “Culo”, “Killa” y “Calle”, un bloque que celebró a la Lola más pop, más fresca, más luminosa. Sevilla coreaba sin parar, entregada a cada beat.
Lola parecía una muñeca salida de una película de Barbie, con coreografías perfectas y outfits de ensueño que brillaban bajo las luces. Cada movimiento y gesto estaba lleno de encanto y diversión, una celebración vibrante que hacía olvidar el calor que ya se convertía en brisa de verano.
El Dragón
Y entonces, el ambiente cambió. La oscuridad se tiñó de verde y luces neón, y el acto final se desplegó como un rugido emocional. “Dragón” abrió la etapa más cruda, más honesta. Pero al terminar, Lola se quebró.
“A veces estamos tristes y no sabemos por qué… pero cuando me reúno con vosotros, recuerdo que soy una persona muy querida. Y eso no se me puede olvidar”.
Su Sevilla respondió con una ovación inmensa, de esas que curan.
Y fue entonces cuando llegó otro momento para la historia: Nena Daconte apareció en el escenario para cantar con ella “Tenía tanto que darte”. Mai, visiblemente emocionada, agradeció: “Gracias por dejarme formar parte de la fiesta de Lola”. Y Lola respondió con la sinceridad que marcó toda la noche: “Hay canciones como las suyas que se quedan en el corazón para siempre”.
Con ese nudo en la garganta aún vibrando, llegaron momentos de más show y celebración compartida: “El Tonto”, “Corazones Rotos”, “La Santa”, “Mi Coleta” y “Discoteka” desataron la locura, acompañadas de visuales de impacto y coreografías imponentes donde cada bailarín fue protagonista absoluto.
Los bailarines fueron parte esencial del show, igual que el equipo técnico de sonido y la banda en vivo, que trabajaron a la perfección para hacer de esta noche un espectáculo impecable.
Antes de cerrar, Lola alzó la voz para reivindicar el amor en todas sus formas, un mensaje que caló hondo antes de presentar “Mojaita”, su nuevo single, que ya sonaba como un clásico. Fue himno, fue catarsis, fue baile.
El broche llegó con “La Reina” y un último estallido de fuegos artificiales rojo pasión. Pasada la una de la madrugada, con los cuerpos sudados y las voces rotas, Sevilla seguía coreando:
“¡Lola, Lola, Lola!”Una noche mágica de fuego y raíz
Una noche mágica de fuego y raíz
Más allá de lo técnico, lo estético y lo vocal, lo que Lola Índigo ofreció fue una experiencia emocional de principio a fin. Agradecida con su tierra, con Andalucía, con La Cartuja por permitir empezar más tarde, y sobre todo con su público, que la sostuvo cuando las emociones desbordaron.
No fue solo un concierto.
Fue un ritual de amor y verdad.
La bruja hechizó,
la niña jugó,
y el dragón, por fin, se atrevió a llorar.