Vivimos tiempos extraños. Tiempos de ser un estado Reel, Stories, Shorts y TikToks. Tiempos donde todo se consume bajo el slogan de la vibra, de la instantaneidad, de la emoción del momento. Tiempo con olor a sintético, a goma, a látex. Tiempos en los que afectos y personas son objetos de consumo, un clínex de usar y tirar, reemplazables. Tiempos carentes del placer del detalle, del placer de detenernos en esa mirada para descubrir nuestro reflejo en una pupila.
Tiempos de vivir en la instantaneidad, esa que, a los 15 segundos, lo que dura un Reel, será sustituida por otra instantaneidad aislada, inconexa. Esa que ofrece experiencias vacías que formarán parte de una nebulosa de recuerdos imprecisos, experiencias no significativas, de emociones fabricadas en serie para un mundo ficticio que huele a plástico, que no palpita, que en realidad no vibra. Un mundo que nos aleja del gesto detenido, del contacto real, de la conexión con la vida.
Esa falsa recompensa que se activa como consecuencia de una experiencia placentera que nos inunda de dopamina, facilita la creación de hábitos y nos lleva a repetir el mismo patrón de comportamiento como autómatas, víctimas de los efectos de una euforia intensa y engañosa. Un estado artificial que pasado su efecto lleva al desanimo, la desmotivación e incluso, la depresión, la gran pandemia de nuestro tiempo. Llegados a este punto, la necesidad de seguir consumiendo experiencias de este tipo aumenta la tolerancia a esta droga emocional y empuja a su consumo en mayores cantidades, creándose un círculo vicioso del que parece difícil escapar, imbuidos en matches y likes, precipitándose en relaciones fugaces que en realidad se imponen para satisfacer ese afán de completarse en lo que se está incompleto, insatisfecho, sin ser realmente una elección propia.
Es posible que también le ocurra y, seguro que, sienta esa sensación extraña que produce vivir experiencias que en realidad son inciertas, que por su inmediatez ofrecen la sensación de un sueño que al instante se desvanece como la bruma en la mañana que abre paso a un paisaje diferente. Esa sensación de haber rozado la felicidad, aunque nada tenía que ver con ella sino con una falsa ilusión de lo que promete ser, pero no llega a nada. Una felicidad más física e instantánea que nos aleja de un estado de consciencia plena, esa estimulación fugaz y física, material e incorpórea, que genera mayor insatisfacción por lo que prometía ser y resultó ser una fantasmagoría.
Parece que se ha impuesto un concepto de vida que nada tiene que ver con la verdadera felicidad ansiada. Una nebulosa envuelve a ese ente que marca nuevas pautas de comportamiento, que nos arrastra sin saber muy bien por qué, ante un horizonte impreciso, con una constante incertidumbre sobre hacia donde nos dirigen las señales que nos impone el camino, movidos por alcanzar una recompensa que tras tocarla se desvanece en la nada, potencialmente adictiva por la expectativa que promete. Se vive precipitadamente, dando palos de ciego en esto de lo emocional. Un camino marcado por la desconfianza y el miedo, la traición y la deshumanización, donde el yo entendido como ente extraño e inconexo se impone al nosotros, donde se percibe al otro ser como enemigo, donde el yo se disfraza de otro yo para el engaño, para la mentira que parte de un desprecio hacia lo que se es en realidad. Centrados más en este engaño que en el proceso hacia el cambio que lleva a crecer como persona, a estimarse en lo que se es en realidad, una experiencia única que llega cuando miramos más allá de lo que a simple vista se ve, cuando se encuentran dos miradas que se ofrecen mutuamente y se permiten compartir mundos reales.
Y, sin embargo, a veces, sólo a veces, algo falla en este logaritmo diabólico y parece filtrarse un instante de lucidez, el intruso de la esperanza. Esa luz que desvela aquello que pretende ocultarse en un mundo escrito y vivido en código binario. Y es cuando sientes que, parece posible ese sueño de que, quizás no esté todo perdido para estos tiempos extraños, tiempos gestados en un vientre virtual y homogéneo. Descubres que ese vacío gestado en la constante insatisfacción es una opción, descubres que puedes elegir detenerte para aprender a vivir de verdad, que puedes tomar partido en tu propia vida, la que tienes, la irremplazable, la que pasa y no se detiene. Algo se resiste dentro y, por un instante, parece recobrarse la cordura y es entonces cuando descubres que existe esa otra puerta.
Las cosas que te hace pensar el arte.
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