
En noviembre de 1922 la expedición del arqueólogo Howard Carter, financiada por el Duque de Carnarvon, llevaba meses excavando en el Valle de los Reyes en una zona donde Carter sospechaba que se escondía alguna que otra tumba de finales de la Dinastía 18. Descorazonado por la falta de éxito, estaba a punto de abandonar cuando, como suele ocurrir en estos casos, aparecieron unos escalones, y el resto es historia.
Al pie de la escalera encontraron una puerta con los sellos intactos, lo que daba a entender que no habían entrado ladrones. Sin embargo, Carter creía que sería un simple depósito para los materiales sobrantes de algún enterramiento. Pero detrás había un pasillo lleno hasta el techo de escombros, y al quitar éstos encontraron pequeños objetos con los nombres de los faraones Thutmes III, Amenhotep III, Akhenaten y Tutankhamen… Cuando llegaron a la segunda puerta, al final del pasillo, Carter hizo un boquete y se asomó. “¿Qué ves?” le preguntó el duque, y Carter contestó con las palabras inmortales “¡Cosas! ¡Cosas maravillosas!”. Era la tumba de Tutankhamen, un faraón casi desconocido hasta entonces.
Y Carter no exageraba en absoluto. Lo que estaba viendo era la Antecámara, la estancia más grande de la tumba, con su colección de cientos de objetos bellos y espectaculares, muchos dorados o decorados con piedras preciosas; varios carros desmontados, camas decoradas con cabezas de fieras, un trono, vasijas, sillas, una figura del rey, cajas, cofres, bastones etc. Todo estaba bastante revuelto de cuando los sacerdotes habían intentado colocarlo todo de prisa después de la visita de unos ladrones poco después del funeral. Por suerte se habían llevado poco. En la pared de la derecha se veían dos grandes estatuas en negro y oro; representaban el ka, uno de los espíritus del difunto – el otro espíritu, el ba, tenía forma de pájaro. Lo que no pudo ver Carter fue el Anexo, una estancia tapiada en la pared de enfrente, que contenía más elementos del ajuar funerario; entre las dos cámaras suministraban comida y todo lo que necesitaría Tutankhamen en el otro mundo.
Después de vaciar estas dos salas, se rompió la pared de la derecha para acceder a la Cámara Funeraria. Allí toparon con una pared de madera dorado que era un costado de una especie de capilla, cubierta de imágenes y jeroglíficos, que rodeaba el enterramiento. Dentro tuvieron que abrir el sarcófago de cuarcita y nada menos que tres ataúdes momiformes, el último hecho de oro macizo, hasta llegar por fin a la momia con la cara cubierta por la famosa máscara. Las paredes estaban cubiertas de escenas del Libro de los Muertos y una escena en que el rey sucesor, Ay, practicaba el rito de la Apertura de la Boca, para que el difunto pudiera respirar y hablar en el más allá. Estas pinturas no son de gran valor artístico (comparadas por ejemplo con las de la tumba de Nefertari, la esposa de Ramses II).
El Tesoro es una estancia pequeña situada a la derecha de la Cámara Funeraria según se entra, La domina el cofre canópico, hecho de calcita de un blanco deslumbrante, con una figura imponente en negro del chacal Anubis, dios de la necrópolis, colocada encima. Contenía, en cuatro pequeños ataúdes exquisitos de oro, algunos órganos internos del rey. Entre otros muchos artefactos preciosos, había estatuillas de oro de diosas protectoras y de un personaje real en distintas actitudes, y un detalle íntimo, una caja que contenía un mechón del pelo de la abuela Tiye (comprobado por análisis del ADN) con una figurita del rey infante.
Carter llevó a cabo la primera excavación realmente científica de la arqueología egipcia, muy diferent de la efectuada, por ejemplo, por el millonario Theodore Davis algunos años antes en la vecina KV 55. Durante cuatro años cada objeto fue minuciosamente estudiado, anotado, descrito, dibujado o fotografiado. Los resultados se pueden ver en Internet en el archivo del Griffith Institute, de Oxford, UK.
Se cerró la tumba en 1926 con la momia sola dentro. Carter no quitó ciertas vendas del tórax para rescatar las joyas que escondían porque estaban muy pegadas debido al mal uso de ungüentos, y no quiso dañar el cuerpo. Cuando se volvió a entrar en la tumba en 1968, alguien había arrancado estas vendas, con los consiguientes destrozos. Se supone que esto ocurrió durante la segunda guerra mundial, cuando la vigilancia era escasa. También faltaba el pene real.

Plano de la tumba. Leyenda: (1) Cámara del tesoro, (2) Cámara mortuoria, (3) Tercera puerta de acceso, (4) Antecámara, (5) Anexo, (6) Cuarta puerta de acceso,
(7) Segunda puerta de acceso, (8) Pasillo, corredor, (9) Primera puerta de acceso, (10) Escalera, (A) Pared de yeso, (B) Pared maciza, (C) Nicho.
Las tumbas reales, y algunas de personas importantes (véase TT 33), solían consistir en excavaciones muy extensas y profusamente decoradas, con largos pasillos y escaleras, salas columnadas, pozos para detener el progreso de los saqueadores, y varias revueltas y tapones. Evidentemente KV 62 no corresponde a esta descripción; parece más bien la última morada de un noble o miembro de la familia real de poca monta. Y el ajuar funerario, aunque nos deslumbre ahora, sería muy inferior al que acompañaría a un gran faraón como el abuelo Amenhotep III al otro mundo. Además, todo parece preparado con precipitación.
Varios objetos no pertenecen a Tutankhamen. Por ejemplo, el segundo ataúd, cuyo rostro no se parace en nada a los otros retratos (tiene rasgos de Akhenaten), y los cuatro mini-ataúdes del cofre canópico, que tienen los nombres alterados; se atribuyen a Smenkhkare; además,varias de las estatuillas de oro del Tesoro representan claramente a una monarca femenina, presumiblemente Nefertiti o Meritaten.
Finalmente, a pesar de la supresión de su culto monoteústa, el Aten está presente en la tumba, en el nombre atenista del rey que persiste en el trono y, quizás más significativamente, en el paño hecho de cuentas minúsculas que cubría el cráneo, y que está decorado con cobras reales que portan el cartouche (cartela) del dios.
Advertencia final; todos los años se producen descubrimientos bajo el suelo de Egipto y en las salas y sótanos de los museos, y no se puede descartar la posibilidad de que cualquier día, igual que en 1922, se produzca un hallazgo que haga saltar por los aires nuestras interpretaciones más queridas y aparentemente mejor fundamentadas.
Y no exageraba.
papor Patrick Philpott