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EL ÓBOLO Y LA POESÍA (Por Antonio Sánchez Sánchez)

En este artículo abordaré la simbología de dos conceptos de enorme relevancia relativos a momentos trascendentales en la vida de las personas y que mucho tienen que ver con el espíritu o el alma y la esencia propia del ser humano.

A lo largo de la historia del hombre y desde que se tienen registros arqueológicos, los hallazgos que han persistido al paso del tiempo han puesto de manifiesto la relevancia y la sustanciación de los rasgos diferenciadores del género humano. Estos rasgos, entre otros, redundaron en la necesidad de plasmar conceptos existenciales como la continuidad espiritual, la integración y pertenencia de sus miembros, la cohesión, así como las ofrendas simbólicas, todo lo cual ha sido común denominador tanto en el arte como en las diferentes ceremonias ritualísticas ancestrales, ya sea por medio de ritos iniciáticos como de paso.

Una vez establecidos estos preceptos genéricos, analizaremos un ritual de especial importancia por su implicación en las raíces mismas de las sociedades occidentales como es el llevado a cabo en la Grecia clásica, padres de la filosofía y la política actuales, a través del mito del óbolo de Caronte.

El óbolo hace referencia, según la mitología clásica, a las monedas que los familiares de un difunto debían de colocar sobre ambos ojos (mitología latina) o debajo de su lengua (mitología griega) como forma de pago a Caronte, el viejo barquero del inframundo. El óbolo tenía como objeto servir de pago al barquero para asegurar el tránsito seguro de las almas a través de la laguna Estigia o río Aqueronte según otras fuentes, la cual separaba el mundo de los vivos del de los muertos, para su descanso eterno. Si el alma del finado no portaba el óbolo para pagar al barquero por no haber recibido unos funerales adecuados, sería castigado a vagar por las orillas de la laguna Estigia durante cien años antes de que se le permitiera cruzar y durante los cuales no encontraría consuelo ni descanso.

Este episodio mitológico, que ha trascendido el tiempo a través de diferentes fuentes literarias latinas y griegas, pone de manifiesto la estrecha relación que el pueblo tenía con sus dioses y la profunda creencia en la vida después de la muerte, la inmortalidad o la trascendencia del alma.

Esta tradición nos traslada que el óbolo es el nexo, la clave de bóveda para la determinación de la trascendencia de las almas, de él depende el sentido de la existencia ulterior y la forma en que esta discurrirá, un símbolo que contiene el concepto de lo eterno.

En cierto modo, tanto el óbolo es al paso por la muerte, como la poesía es al paso por la vida, los dos son nexos entre dos mundos, son clave trascendente del alma y también de ambos depende el sentido de la existencia humana. La poesía es una realidad vital de la que no todas las personas pueden, pudieron ni podrán beber del frasco de sus esencias, así como no todos los difuntos portaron sus óbolos al subir a la barca, lo cual no es óbice para que almas vagaran sin consuelo ni descanso tanto en vida como en la muerte.

La poesía es inefable, eterna, es ajena al sentido de la propiedad, tanto es así que ni siquiera pertenece al poeta que la escribe, por lo que hemos de ceñirnos al valor intrínseco de los versos que la componen, al sentimiento que estos encierran, a sus mensajes ocultos, al sentido etéreo que trasciende a nosotros mismos, ya que la poesía no es otra cosa más que la esencia de la vida misma.

Sin embargo, otra cosa es cómo cada uno vive la poesía, cómo la siente, cómo la ama o cómo la odia, incluso cómo la ignora. El poeta lo hace intensamente, la disfruta recorriendo el camino de la vida gozando de ella, creándola, sintiéndola, incluso sufriéndola, porque es consciente de que está ahí. El poeta es capaz de oler la poesía, de tocarla, de saborearla, de oírla y de verla, pero lo más sorprendente es que alguien ajeno a la misma también puede, aunque lo haga efímeramente o sin saber que lo hace, sin ser consciente de que su vida está imbuida de ella, porque ésta se encuentra en el suave aroma de una rosa, en el bello erizado del escalofrío de un enamorado, en la pasión de un beso de despedida, en un susurro al oído que diga te amo, en aquellos rojos atardeceres de verano, así como en todos aquellos y cada uno de los momentos de la vida que hicieron merecerla ser vivida.

Tanto el óbolo como la poesía son nexos entre la propia existencia y la trascendencia, tanto en la vida como en la muerte; en cierta medida son dos caras de la misma moneda pero que se sustancian en diferentes momentos del periplo del alma humana. De alguna manera, todos y cada uno de nosotros nos encontramos a bordo de una barca que navega hacia algún lugar, hacia nuestro destino, cada uno tiene una meta. En mi caso, y en el de seguro que muchos otros, mi barca navega ahora hacia las letras.

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