María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle nace el 15 de abril de 1869 en Santander. Es la séptima de diez hermanos de una familia burguesa. Su padre, Víctor Rodríguez Espina, es un antiguo cónsul que trabaja en el sector naval, y su madre, Ascensión García Tagle, es una mujer acaudalada. Concha Espina pasa su infancia en Santander. No hay biblioteca en su casa ni antecedentes literarios en su familia, pero a ella las letras comienzan a fascinarla cuando desde que, en la parroquia, empieza a leer los libros de rezos.
Se acerca por fin a sus primeros libros en el colegio religioso al que acude y se inicia en la poesía a los trece años, cuando la familia se traslada desde la capital santanderina hasta el pueblo de Mazcuerras, donde vive su abuela paterna. Su primera publicación oficial, con el seudónimo de Ana Coe Snichp, será en El Atlántico en 1888.
En 1891 muere su madre y, un año después, la familia parte rumbo a la localidad asturiana de Ujo, donde su padre encuentra trabajo como contable. No mucho después, el 12 de enero de 1894, Concha se casa con Ramón de la Serna y Cueto en su casa de Mazcuerras, pero a los pocos días del enlace la escritora confiesa que se ha precipitado.
La pareja se traslada a vivir a Valparaíso (Chile) y allí nacen sus dos primeros hijos, Ramón y Víctor, que luego sería periodista. En Chile, le recomiendan que, si quiere vivir de la literatura, deje la poesía y se centre en la prosa. Es entonces cuando comienza a colaborar como corresponsal en el periódico El Correo Español de Buenos Aires, además de con otras cabeceras chilenas.
En 1898 regresan a España. Vivirán de nuevo en la localidad cántabra de Mazcuerras, donde nace su tercer hijo, José, que tiene una muerte prematura. En 1903 nace Josefina, su única hija (madre de la actriz Carmen de la Maza), y la familia se completa en 1907 con Luis, su último hijo. En 1903 publica Mujeres del Quijote y en 1904 su primer poemario, Mis flores, lleno de imágenes religiosas y familiares algo ingenuas que ella juzga con severidad años más tarde.
El matrimonio no marcha bien. Su marido tiene celos de su éxito profesional y llega, incluso, a romperle varios escritos. Ella toma el control de la situación y busca para él un trabajo en México, adonde se traslada en 1909, lo que supone, de facto, la separación de ambos. No obstante, hasta julio de 1934 no se podrán separar legalmente. Ajena a los convencionalismos de la época, que exigían luto cuando una mujer se separaba, Concha Espina destierra el negro de su vestimenta y utiliza colores blancos y malvas para destacar su independencia en asuntos de moral.
Al tiempo que Ramón se va a México, ella se traslada con sus hijos a Madrid, pues Menéndez Pelayo vislumbra su potencial como escritora y así se lo aconseja. Desde entonces, es ella quien se ocupa de sacar adelante a la familia. En ese mismo año, 1909, escribe su primera novela, La niña de Luzmela. Antes, en 1907, había publicado dos libros de cuentos, El rabión y Trozos de vida, pero La niña de Luzmela, donde analiza la mente femenina, es particularmente importante en su producción: su pueblo, Mazcuerras, cambiará oficialmente su nombre por el de Luzmela en 1948, coincidiendo con la imposición a Concha de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.
En Madrid, la escritora comienza a tener éxito, especialmente con sus novelas, y se integra en los círculos intelectuales de la capital. Son célebres las reuniones literarias en su domicilio de la calle Goya, a las que acuden escritores, artistas y miembros de la alta burguesía. En este período se convierte, además, en articulista de un gran número de periódicos, como La Vanguardia, La Nación, La Libertad, La Atalaya, El Cantábrico o El Diario Montañés, por lo que entra a formar parte de la Asociación de la Prensa de Madrid en 1914. Sus artículos periodísticos tratan temas de actualidad, pero también abordan la crítica social e incorporan elementos imaginarios que hacen patente su vena poética. Esta intensa actividad como articulista no interrumpe su abundante producción literaria, pues logra publicar unos dos volúmenes al año.
Su figura traspasa nuestras fronteras y viaja a otros lugares de Europa y América a presentar sus libros o a dictar conferencias. Así, en 1929 es invitada por el Middlebury College (Estados Unidos) para hablar de su nueva novela, La Virgen prudente, en la que su protagonista, Aurora de España, quiere ser la representación de la mujer española futura. Y en 1935 es enviada a Lima (Perú) por el gobierno de la República como embajadora extraordinaria de España en la celebración del Cuarto Centenario de la fundación de la citada ciudad peruana.
En la obra de Concha Espina destacan el dominio del lenguaje y un estilo depurado y pintoresco, con toques líricos que la llevan a menudo a la prosa poética en descripciones muy expresivas, quizá porque siempre consideró la poesía como el eje principal de su obra. Así lo confiesa en La segunda mies: “Muchos de mis amigos, tal vez los mejores, ignoran que yo haga versos y se sorprenden cuando traslucen, como algo insospechado, esta otra debilidad de mi vocación literaria. Pero sucede que yo nací bajo el signo cándido y loco de la rima, y que rimé en la imaginación esos renglones incautos antes de saber escribirlos, es decir, desde el alba de mi estrella”, apunta la escritora.
A pesar de este gusto poético, su segundo poemario ve la luz casi treinta años después del primero, en 1933; es Entre la noche y el mar, donde habla de sus viajes y de temas universales como el amor y el miedo. Su tercer poemario, La segunda mies, se publica en 1943, una década más tarde, y está dedicado a sus vivencias en la Guerra Civil. Concha pasa la contienda en su pueblo, Mazcuerras, donde permanece hasta 1937. De la experiencia de la guerra dan testimonio también sus obras Luna roja, Esclavitud y libertad y Retaguardia.
De su prosa diría el poeta Gerardo Diego que “estaba ordenada en un número solemne y pausado, en un ritmo rico y severo de adagio mozartiano”. En 1938 es nombrada miembro de honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York, y en 1943, vicepresidenta de la Hispanic Society of America. Otro gran reconocimiento será el de la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, que Concha recibe en 1950.
Los últimos años de su vida sigue escribiendo a pesar de la ceguera. Comienza a perder la vista en 1938 y logra ser operada para recuperarla en parte, pero en 1940 pierde por completo la visión. Para escribir, utiliza un cartón con una pauta sobre el que va dejando sus textos. El proceso continúa cuando alguien le lee lo escrito y ella lo repasa y modifica para encontrar la palabra exacta que recoja lo que quiere decir. Como ha hecho toda su vida, persigue el término concreto y único que traslade las imágenes de su pensamiento, y esa autoimposición de buscar la palabra perfecta es lo que, según cree, la ha llevado al éxito en un mundo dominado por los hombres.
En esos años en que permanece ciega, se le pregunta por qué no dicta sus obras. “No podría. Me pondría nerviosa si no encontrara, deprisa, la palabra justa, la expresión acorde, pensando que me esperaba la persona a la que dictase. A pesar de todo, no es lenta la labor. He sido siempre fecunda. Y ahora también. Escribo todos los días. Lo necesito; es mi refugio espiritual”, confiesa.
Concha Espina muere el 19 de mayo de 1955 en Madrid, la ciudad en la que desarrolló la mayor parte de su obra literaria y donde está enterrada.
Policarpo