CXIII (113)
Estulto balanceo de las aguas,
todo en mi ser era desatino
y en mi cuerpo el temblor
de la impotencia.
La conocí aquella tarde.
Cuando el crepúsculo arañaba
el día, la conocí.
Desvelé su silueta enemiga.
No era bella no era docta,
No era de raza
que se arranca a la lucha.
Tembló con mirarla,
y yo, también, con ella.
No era un fantasma errante
que ajara mi cordura.
No era una simple falacia
de mis celos de hembra.
Yo la odiaba, y la odio.
La odiaré mientras viva
aunque allí, junto a ella,
comprendí su amargura.
Ella buscaba un trozo
de corazón perdido.
Lo rastreaba como alimaña
que tiende su trampa y
urdió en mi corazón
hasta inyectar mentiras.
Envenenó mi mente
con gesto lastimoso
y voz entrecortada y suplicante:
“Lo quiero más que a nadie”.
No la miré a la cara.
Mi alma moría sin aliento
y mis ojos se anegaron
de un torrente de lágrimas.
CXIV (114)
Sal que besa las arenas,
¡lo que nos concede el mar!.
Sal de granos de mentiras
y de risas de verdad.
Con sal debieron construirte
porque al amor le das sal
y recibes su moneda
de paz y felicidad.
Como la sal, amor mío,
tu no sirves para amar
porque dejas en los labios
sed que no puedes saciar.
CXV (115)
No se puede perder
lo que nunca se tuvo…
La lúcida y limpia mañana
que desliza arrolladora
el amanecer de la vida.
La tarde tranquila y silenciosa
despertando las ansias
del crepúsculo.
El anochecer enmudecido,
el manto azul que cubre el cielo
salpicado de estrellas al poniente.
¡Tanta maravilla
que no puedo perder
porque no fueron mías!.
CXVI (116)
Pensaba a oscuras bajo el cielo.
Recordaba tu vida junto a mí.
¡Tanta vida en poco trecho recorrido!.
Recordaba cada instante.
Viví del recuerdo aquella noche.
Lloré. Me pregunté si después
de haberme amado pudiste
desterrar de ti toda mi huella.
Yo trato de olvidarte. Trato de vivir.
Esta cabeza, un día, asentada y vibrante,
es ahora débil luz que huye de tormentas,
Esta cabeza loca, vencida desde el alma-
pensó que no te perdería.
En un paraje del tiempo,
en un hueco que hallamos,
aún se entrega nuestro amor
en un paraje edénico de corazones
que yacen para siempre
en un amor que nunca ha de extinguirse…
Cuando el amor se olvida
¿sabes tú dónde va?
CXVII (117)
Sal que besa las arenas,
¡lo que nos concede el mar!
Sal de granos de mentiras
y de risas de verdad.
Con sal debieron construirte
porque al amor le das sal
y recibes su moneda
de paz y felicidad.
Como la sal, amor mío,
tú no sirves para amar
porque dejas en los labios
sed que no puedes saciar.
CXVIII (118)
Te quise hasta el punto
de lo irracional.
Hasta donde el amor
te vuelve inocente.
Hasta el punto infinito
yo te amaba.
Hasta tener por ti
dependencia de amor,
enfermedad incurable,
que deja mi piel marcada
y un trozo de vida sin futuro
esperándote siempre.
Y me quedé así, sin ti,
sólo con la duda de
por qué me abandonaste,
Una duda que es como un arcano,
cerrado a mi mente,
a cualquier cerebro luminoso.
Te perdí, y antes que eso,
quise perderme yo
y no perderte a ti.

CXIX (119)
Llueve a cielo abierto
Sobre la tierra seca.
Llueve ampliamente
y necesariamente
sobre esta tierra agria
y muy sedienta.
Está cayendo oro
de unos pequeños nimbos
y alguien mira al cielo
con canto agradecido.
Aún no cesa la lluvia.
La tierra está mojada
y está feliz un pueblo.
CXX (120)
Quiero contemplar la última verdad.
La verdad que llega
al umbral del camino,
que nos convierte en espíritu
devolviéndonos al polvo.
La verdad final o incipiente.
Me da esperanza esa verdad
en mi mente,
apresada en neuronas
que golpean mi cerebro.
Ilusión compartida
saber que hay Verdad
más allá de la muerte.
Materia intangible
en una dimensión deslumbrante
de espíritus blancos,
puros y eternos.
Esa es la Verdad que fiel espero
después de llegar a ser pasado
bajo un mármol frío y muerto.
Esa es la verdad que ansiamos todos,
Inflados de orgullo y de tormento.
Grito a Dios por ver esa Verdad
por no quedar a oscuras
en una nada eterna y negra.
CXXI (121)
¡Qué pena la que yo tengo!.
¡Pena que me está matando!.
¡Que me arranca el corazón
y el alma me está aplastando!.
¡Qué pena la que yo tengo
que me margina en lo extraño
y me deja fría, a solas,
sin saber qué está pasando.
CXXII (122)
Volverá a envejecer
mi alma joven
sobre dos primaveras
y un recuerdo.
Volverá a envejecer
junto a mil sueños
y a vivir desde el fondo
de lo inmenso.
Brotara desde el seno
de la vida
y volverá a morir
desde lo inmenso.
Se alejará del Sol
que era sendero
y perderá la tierra
entre sus dedos.