REVISTA CULTURAL BLANCO SOBRE NEGRO


                                                                            

 

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Poemas de Juventud de Carmen Torronteras (XI)

CXIII (113)

Estulto balanceo de las aguas,

todo en mi ser era desatino

y en mi cuerpo el temblor

de la impotencia.

La conocí aquella tarde.

Cuando el crepúsculo arañaba

el día, la conocí.

Desvelé su silueta enemiga.

No era bella no era docta,

No era de raza

que se arranca a la lucha.

Tembló con mirarla,

y yo, también, con ella.

No era un fantasma errante

que ajara mi cordura.

No era una simple falacia

de mis celos de hembra.

Yo la odiaba, y la odio.

La odiaré mientras viva

aunque allí, junto a ella,

comprendí su amargura.

Ella buscaba un trozo

de corazón perdido.

Lo rastreaba como alimaña

que tiende su trampa y

urdió en mi corazón

hasta inyectar mentiras.

Envenenó mi mente

con gesto lastimoso

y voz entrecortada y suplicante:

“Lo quiero más que a nadie”.

No la miré a la cara.

Mi alma moría sin aliento

y mis ojos se anegaron

de un torrente de lágrimas.

 

CXIV (114)

Sal que besa las arenas,

¡lo que nos concede el mar!.

Sal de granos de mentiras

y de risas de verdad.

Con sal debieron construirte

porque al amor le das sal

y recibes su moneda

de paz y felicidad.

Como la sal, amor mío,

tu no sirves para amar

porque dejas en los labios

sed que no puedes saciar.

 

CXV (115)

No se puede perder

lo que nunca se tuvo…

La lúcida y limpia mañana

que desliza arrolladora

 el amanecer de la vida.

La tarde tranquila y silenciosa

despertando las ansias

del crepúsculo.

 El anochecer enmudecido,

el manto azul que cubre el cielo

salpicado de estrellas al poniente.

¡Tanta maravilla

que no puedo perder

porque no fueron mías!.

 

CXVI (116)

Pensaba a oscuras bajo el cielo.

Recordaba tu vida junto a mí.

¡Tanta vida en poco trecho recorrido!.

Recordaba cada instante.

Viví del recuerdo aquella noche.

Lloré. Me pregunté si después

de haberme amado pudiste

 desterrar de ti toda mi huella. 

Yo trato de olvidarte. Trato de vivir.

Esta cabeza, un día, asentada y vibrante,

es ahora débil luz que huye de tormentas,

Esta cabeza loca, vencida desde el alma-

pensó que no te perdería.

 En un paraje del tiempo,

en un hueco que hallamos,

aún se entrega nuestro amor

en un paraje edénico de corazones

que yacen para siempre

en un amor que nunca ha de extinguirse…

Cuando el amor se olvida

¿sabes tú dónde va?

 

CXVII (117)

Sal que besa las arenas,

¡lo que nos concede el mar!

Sal de granos de mentiras

y de risas de verdad.

Con sal debieron construirte

porque al amor le das sal

y recibes su moneda

de paz y felicidad.

Como la sal, amor mío,

tú no sirves para amar

porque dejas en los labios

sed que no puedes saciar.

 

CXVIII (118)

Te quise hasta el punto

de lo irracional.

Hasta donde el amor

te vuelve inocente.

Hasta el punto infinito

yo te amaba.

Hasta tener por ti

dependencia de amor,

enfermedad incurable,

que deja mi piel marcada

y un trozo de vida sin futuro

esperándote siempre.

Y me quedé así, sin ti,

sólo con la duda de

por qué me abandonaste,

Una duda que es como un arcano,

cerrado a mi mente,

a cualquier cerebro luminoso.

Te perdí, y antes que eso,

quise perderme yo

y no perderte a ti.

 

CXIX (119)

Llueve a cielo abierto

Sobre la tierra seca.

Llueve ampliamente

y necesariamente

sobre esta tierra agria

y muy sedienta.

Está cayendo oro

de unos pequeños nimbos

y alguien mira al cielo

con canto agradecido.

Aún no cesa la lluvia.

La tierra está mojada

y está feliz un pueblo.

 

CXX (120)

Quiero contemplar la última verdad.

La verdad que llega

al umbral del camino,

que nos convierte en espíritu

devolviéndonos al polvo.

La verdad final o incipiente.

Me da esperanza esa verdad

en mi mente,

apresada en neuronas

 que golpean mi cerebro.

Ilusión compartida

saber que hay Verdad

más allá de la muerte.

Materia intangible

en una dimensión deslumbrante

de espíritus blancos,

puros y eternos.

Esa es la Verdad que fiel espero

después de llegar a ser pasado

bajo un mármol frío y muerto.

Esa es la verdad que ansiamos todos,

Inflados de orgullo y de tormento.

Grito a Dios por ver esa Verdad

por no quedar a oscuras

en una nada eterna y negra.

 

CXXI (121)

 ¡Qué pena la que yo tengo!.

¡Pena que me está matando!.

¡Que me arranca el corazón

y el alma me está aplastando!.

¡Qué pena la que yo tengo

que me margina en lo extraño

y me deja fría, a solas,

sin saber qué está pasando.

 

CXXII (122)

Volverá a envejecer

mi alma joven

sobre dos primaveras

y un recuerdo.

Volverá a envejecer

junto a mil sueños

y a vivir desde el fondo

de lo inmenso.

Brotara desde el seno

de la vida

y volverá a morir

desde lo inmenso.

Se alejará del Sol

que era sendero

y perderá la tierra

entre sus dedos.

 

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